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Construir el partido
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La tarea estratégica central

La alternativa del nuevo nacionalismo español implica un curso de creciente movilización política, culminante en un Gobierno de renovación nacional capaz de precipitar una ruptura democrática radical con el ordenamiento actual. Corresponderá a dicho Gobierno la apertura de un proceso constituyente republicano y la adopción de diversas medidas de emergencia social. Ahora bien, tal movilización política requiere, como condición de triunfo, la existencia un potente partido nacionalista español, republicano y socialista. Su construcción es, precisamente, la tarea estratégica central del presente periodo.

 

Pueblo y partido

El partido que consideramos imprescindible ha de ser portador de un proyecto vinculado a los principios de la democracia republicana y, por ende, a la afirmación del pueblo español como sujeto histórico. Pero, en esa concepción, el pueblo no se identifica simplemente con la población, de significación puramente estadística. El pueblo es una entidad política, cualificada por la comunión con unos principios, la adhesión a unos proyectos y la participación en unas instituciones. Así entendido, el pueblo no puede ser definido como una mera categoría socio-cultural. Será el fruto de un esfuerzo de construcción política, dilatado, complejo y diferenciado. Un esfuerzo abocado a la edificación de un nuevo Estado, a través de un proceso desigual y discontinuo, que incluirá fases de radicalización, de decantamiento de agrupamientos de vanguardia, así como de fases de retroceso, y cuya culminación dependerá de la configuración de un partido como el que preconizamos.

Concebimos a ese partido como entidad promotora y condición primordial de plasmación de la alternativa política global patriótica, republicana y socialista que los españoles precisamos para constituirnos en pueblo propiamente dicho. Para ello lo consideramos sede fundamental de la elaboración y constante puesta a punto de dicha alternativa nacional-popular; elemento decisivo de su triunfo en el contexto de una crisis nacional y primer crisol de la forja de un nuevo tipo de ciudadano español.

 

El partido, escuela preparatoria para la vida en un nuevo Estado

No defendemos la construcción de un partido al estilo liberal, es decir, una recua de arribistas y mercaderes de conciencias, sino una minoría estrechamente conjurada, altamente cohesionada a partir de rigurosas bases éticas y políticas, delimitada del modo más neto del resto de fuerzas y asentada en una severa selección de sus miembros. En definitiva, luchamos por un partido de nuevo tipo, comunidad militante por la III República hispánica y la vía española al socialismo, en cuyo seno comiencen ya a vivir los valores de la futura Patria liberada.

Este empeño será el producto de una práctica que, en la realización de las más elementales tareas, debe convertir al partido en escuela que prepara para la vida en un nuevo Estado. Debe traducirse en la decadencia de las pautas individualistas y mercantiles y en la creciente consolidación de actitudes que han de ocupar un puesto preeminente en nuestra alternativa. Éstas son, ante todo, carácter (capacidad de resistencia al empuje de alternativas superadas), dignidad (conciencia de obrar por un fin superior), honor (voluntad intrépida de mantenimiento de los nuevos principios nacional-republicanos y socialistas), lealtad, camaradería, disciplina (no entendida como ejecución mecánica de consignas, sino como cumplimiento fundado en la asimilación lúcida de los principios), sentido crítico positivo y acción despersonalizada.

 

«Partido histórico»

Por lo expuesto, queda claro que no planteamos como objetivo la constitución de un mero partido de coyuntura electoral, o de simple gestión de lo existente. Luchamos por un Partido que, tras haber sentido y pensado una Nueva España, tenga la voluntad de plasmarla animado por un poderoso afán de creación comunitaria. Un “partido histórico” que se sepa punto de arranque hacia la refundación de España mediante la instauración de un nuevo Estado. Un Partido capaz de preparar esa renovación a través de una acción dirigida a transformar a la masa seriamente desnacionalizada de nuestros actuales compatriotas, en República unitaria animada por una nueva valoración del Trabajo.

 

Partido de los trabajadores españoles

Es ésta una propuesta dirigida a los españoles de cualquier condición. Sin embargo, más allá de la disposición a acoger a individuos de todos los sectores sociales, creemos necesario privilegiar un enfoque de Partido de los trabajadores españoles (lo que no significa incurrir en un discurso economicista o “laboral”). Abonan esta posición diversas razones fundamentales:

  • En un plano cuantitativo: el mundo del trabajo (asalariados de diversos niveles de la industria, la agricultura, los servicios y administraciones, así como los autónomos o auto-patronos, establecimientos familiares, etcétera), que es la mayoría aplastante de la población española. Esta mayoría podrá reforzarse aún más, estratégicamente, en su momento, mediante la polarización de sectores de la pequeña empresa.

  • Hay un plano cualitativo más importante: el mundo del trabajo es el creador de toda la riqueza nacional y, sin embargo, se ve relegado a un nivel subalterno de influencia social, cuando no a condiciones de existencia indignas.

  • La figura de los ciudadanos iguales, cimiento de la Nación política y de la República democrática, no puede limitarse a enunciados jurídico-políticos aunque los incluya, debe extenderse a la igualdad de oportunidades en el terreno económico social.

  • Los objetivos socialistas del Partido son irrealizables si no arraiga ante todo en el mencionado mundo del trabajo. El capital es un sistema de relaciones. Para superarlo, es preciso que los sectores que mantienen una relación especial, directa, con los medios técnicos que sustentan al orden actual, decidan conferir a esos medios y al trabajo mismo un sentido distinto al del presente, un sentido dignificado.

 

«Partido-concepción-del-mundo» o «partido-proyecto-político»

Es preciso un partido de combate por la conquista del Estado. Un partido que deberá obtener el apoyo de millones de españoles, de las más diversas inclinaciones ideológicas, en torno a una propuesta de renovación de lo público, del plano que los jurisconsultos romanos denominaban imperium. Las particularidades en cuanto a cosmovisión filosófica o religiosa, así como la mayor parte de las peculiaridades, filias y fobias culturales, deben quedar reservadas al campo estrictamente privado, del dominium.

Esto no significa que el partido deba contentarse con una retahíla de consignas políticas desprovistas de tuétano y de tradición. Nos reclamamos de la tradición europea de racionalidad nacida en Grecia, vinculada a un imperativo de objetividad en la búsqueda de la verdad y a los métodos lógicos y experimentales para esa búsqueda, permanentemente sometida a verificación práctica. En consecuencia, descartamos el modelo de “partido-concepción-del-mundo”, que ha proliferado en el pasado. Acogemos, en cambio, el modelo del “partido-proyecto-político”: el de implantación, en los inicios del siglo XXI, de una república unitaria española, instigadora de una rehabilitación del socialismo, como trampolín de la lucha de una Nueva Europa.

Por otra parte, es evidente que el “proyecto”, de matriz política o técnica, se sitúa en las antípodas del pensamiento utópico, de matriz mesiánica. El proyecto tiene su lugar y su tiempo. No aborda la resolución de otros retos que los planteados a una comunidad concreta en un determinado periodo histórico.

 

El significado del programa fundamental

El programa del partido constituye su elemento vincular esencial. Es lo que algunos han llamado «manojo de ideas claras y tajantes que preservan de cualquier linaje con el enemigo» y otros llamaron «programa máximo». Este programa no ha de ser jamás muy detallado. El partido debe basarse en un limitado número de afirmaciones cruciales y no sobre un cúmulo de cuestiones secundarias o ajenas a un proyecto político.

El programa es el cimiento sobre el que se aposenta la unidad y continuidad del movimiento y que constituye el elemento de homogeneidad y soldadura de sus miembros.

La coherencia y la persistencia en la acción del partido no pueden esperarse ni deben exigirse a partir de reivindicaciones parciales, pronunciamientos de coyuntura, ni a partir de coincidencias en el plano cultural, estético o en interpretaciones históricas de detalle. Los objetivos inmediatos son necesarios para la táctica: campañas de agitación concretas, iniciativas unitarias precisas, intervenciones electorales, etc. Pero no pueden sustituir a la médula programática del Partido y a su norte estratégico fundamental, sobre los cuales se establece el vínculo militante.

Ese programa máximo, en tanto que proyecto ofrecido a la Nación, sella un compromiso público que debe explicitarse de forma permanente. Y esto no sólo mediante exposiciones propagandísticas entre elementos próximos. También mediante una agitación inequívoca y terminante de sus metas esenciales. Aireado en estos términos, el programa es la referencia básica a la que pueden dirigir su atención los elementos avanzados que de modo minoritario destaca la evolución social. Aquellos que no necesitan más experiencias parciales para determinarse y que, por el contrario, solicitan respuestas terminantes en el plano de las alternativas globales y finalistas. Se dirá, con razón, que el partido no puede basar todas las fases de su desarrollo únicamente en esa atracción de individualidades valiosas mediante la agitación y la propaganda en torno al programa máximo. Pero ese programa tiene otra función decisiva: es la estrella polar que guía la elaboración y propuesta de iniciativas parciales, de ejes de trabajo episódicos que, desde cada coyuntura, operen como jalones o elementos de acercamiento de la conciencia de los sectores rezagados hacia las alternativas finalistas.

El partido explicita permanentemente su referencia máxima y desde ella define, en cada momento, objetivos transitorios. De esta forma supera, a la vez, un maximalismo que a la larga puede aparecer como palabrero, y un minimalismo que tiende siempre a lo acomodaticio.

 

Los problemas organizativos, problemas políticos fundamentales

La alternativa de reconstrucción nacional de España no es una aventura nihilista, ni un juego para matar el aburrimiento. Debe obedecer a la fría premeditación de conducir a un triunfo total a los principios del nacionalismo político, de la democracia auténtica y de una nueva valoración del Trabajo, y a la decisión de hacer cuanto esté de nuestra mano para merecer ese triunfo. Esa decisión no puede satisfacerse con poses ni verbalismos. Implica una actitud de extremo rigor en la táctica, un talante absolutamente escrupuloso y abnegado en la realización de las más nimias tareas. Es incompatible con la superficialidad, el atolondramiento y la chapuza. Comporta conducir la implacabilidad, atributo caracterial decisivo de los grandes guerreros del pasado, al terreno de la organización.

La sociedad de hoy viene definida por la atomización individualista, por la pulverización y fragmentación que provocan sus forcejeos en pos del Bienestar. Frente a ese mundo, organizar, construir el partido es conjuntar, estructurar los vínculos de una comunidad-proyecto, en tanto que principio opuesto al magma societario del presente. El partido debe ser apreciado desde una perspectiva que cabe calificar de religiosa en un sentido profundo y primordial: se dirige a re-ligar, a vincular a los españoles en torno a una propuesta que supone una recuperación de su dignidad y un esfuerzo de superación de todo lo que es meramente vegetativo e individual, hacia un plano de creación política histórica. Se trata, evidentemente, de un proyecto de largo aliento. Pero por algo tiene que empezar: ante todo por nosotros mismos, por un arrinconamiento de los hábitos individualistas (base de la irresponsabilidad, la inconstancia, el personalismo, el diletantismo) que inevitablemente arrastramos en el punto de partida.

Los problemas organizativos no son simples y neutros problemas “técnicos”. Se remiten a profundos problemas políticos y en muchos casos constituyen un foco decisivo del choque de valores.

Militancia viene de milites, soldado. No es casual que la ofensiva contra la militancia desencadenada desde mediados los años 80 haya tenido unos orígenes ideológicos muy definidos. Puede constatarse que la línea de irreversible descomposición de todas las corrientes históricas que nos han precedido, precipita a sus restos a una u otra versión de la ideología central del mundo moderno: el liberalismo. Este fenómeno no se registra únicamente en lo ideológico y político. Incluye también una masiva incorporación de todos los tics liberales, e incluso libertarios, en lo organizativo –indisciplina elevada al valor de principio revolucionario, antiautoritarismo, fetichismo de la “autonomía”, localismo, federalismo, culto a las coordinadoras y a la unidad gregaria sin principios, etcétera–. Por todo ello, no es suficiente criticar ideológicamente al liberalismo y contraponerle una alternativa programática. Hay además una batalla indispensable contra el mismo, situada de la forma más abierta en la imagen y la ejemplaridad, que afecta al campo de la organización, del funcionamiento, de los métodos y del estilo de trabajo.

El primer rasgo esencial de nuestra concepción organizativa, que determina desde arriba hasta abajo los estatutos del Partido, es una visión “holista”, anti-individualista: arranca de una totalidad, el Partido, que es más que la suma de sus miembros. Por ello, los estatutos, a diferencia de las constituciones liberales, no comienzan por la enumeración de los derechos y deberes de los miembros del partido, sino por la descripción de los órganos del mismo, empezando por los órganos de gobierno y terminando por los de base.

Es completamente imposible entender nuestro concepto de militante si no es en referencia al deber de participación estable en algunos de los mencionados órganos, al servicio de sus cometidos. Y es precisamente la observancia de esa obligación fundamental, entre otras, la que trae aparejados los derechos del militante, Esta visión holista se refleja también en las dos caras de otro de nuestros principios, el democrático. Tal principio engloba, en el plano de la adopción de las decisiones, además de los cauces de elección y revocación de todos los puestos de responsabilidad, la plena libertad de discusión interna, el derecho de formular críticas por los canales orgánicos y el que cualquier propuesta política presentada por un miembro del partido deberá ser aceptada para su estudio y, en su caso, aprobación por los órganos directivos. Pero este principio integra, en el plano de la ejecución, el de la disciplina para la unidad de acción, mediante la subordinación de los miembros a los acuerdos de los órganos de base en que se inserten, de cada instancia territorial a la de ámbito superior, de todos los órganos a las directrices de la superior instancia ejecutiva y de ésta a las resoluciones de los congresos o conferencias.