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El orgullo por unos tirantes rojigualdos
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El Partido Nacional Republicano manifiesta sus más sinceras y profundas condolencias por la muerte de Víctor Laínez. Nuestra solidaridad para sus familiares y amigos.

Resultaría impensable que en Francia, Italia o Reino Unido, por citar países de nuestro entorno, o de otro hemisferio como Norteamérica, alguien pudiera ser increpado o sufrir una agresión por el simple hecho de portar algún símbolo nacional en su indumentaria.

En España, lamentablemente, sí es posible que suceda con resultado trágico. Al parecer, portar una enseña nacional aquí equivale, inequívocamente, a militar o simpatizar con una ideología indeterminada bajo el  vago sambenito de ser facha o peor, nazi-fascista, y exponerse a ser atacado por algún criminal descerebrado, como Lanza, beatificado en su momento por la extrema izquierda y el entorno de Podemos por su martirio, según su relato, víctima de un complot policial por el que fue condenado a prisión, pero en el que la verdadera y única víctima resultó ser un guardia urbano que ha quedado tetrapléjico de por vida.

La agresión mortal a Víctor Laínez expresa de forma atroz el odio destilado hacia todo lo español mezclado con el resentimiento antisocial de un radical para quien todos menos él y su mundo alternativo somos parte de una conspiración fascistoide. El antisistema, el antifascista, el okupa de estética abertzale con greñas imposibles, pendientes y piercings, el nieto de un almirante secuaz del dictador chileno Pinochet, el ex convicto, reaccionó como un perro de presa rabioso, excitado por un señuelo: la exhibición de unos tirantes rojigualdos bastó para arrebatar la vida a Víctor en un bar de copas con un traicionero y fatal golpe por la espalda y para ensañarse a patadas con él una vez abatido, tal y como recoge el auto judicial que desestima cualquier indicio de autodefensa. Sin duda, el fanático entorno del agresor se afana ya en convertirle nuevamente en víctima de otro complot.  

La irreprimible y multitudinaria efusión nacional espontánea que ha vindicado su españolidad ante el desafío chulesco del independentismo de ricachones catalanista prendiendo la bandera nacional en los balcones de sus viviendas a lo largo y ancho de la geografía ha permitido a centenares de miles de españoles superar el complejo, para disgusto de muchos, impuesto por los medios de comunicación del régimen que vinculan la exhibición de símbolos nacionales con el extremismo político-ideológico o el apropiamiento partidista, al margen de que admita el uso de símbolos nacionales circunscrito exclusivamente a actos oficiales y, para las masas, en eventos y celebraciones deportivas.

Para buena parte del régimen y grandes sectores de masas no genera problemas el uso reivindicativo de banderas separatista como la estelada catalanista; nostálgicas y guerracivilistas, como la tricolor morada de la II República; o clericales y racistas, como la ikurriña de Sabino Arana, que incluso hace propia de sus instituciones autonómicas. Todas estas enseñas resultarían estandartes de las fuerzas del progreso. Lo demás, sospechoso de nefando nacionalismo, origen y causa de las 7 plagas de Egipto y todos los grandes males que aquejan a la Humanidad.

Como nacionalistas españoles, republicanos y socialistas, sabemos que sujetos siniestros de la extrema izquierda y el anarquismo libertario como Rodrigo Lanza Huidobro, realmente son fuerzas de choque, guardias de la porra, los escuadristas del gran capital, para reprimir cualquier expresión de españolidad. Son el mismo tipo de individuos que engrosó las filas del terror antiespañol en Vascongadas. Caiga sobre él las consecuencias de su abominable asesinato.