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Neosoc
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Si Aznar se apuntó a un bombardeo para salir retratado en las Azores, Zapatero ha implorado un asiento del G-20 en la taquilla de una reventa. Una vez en Washington, se deshizo en elogios a Bush y suscribió punto por punto las conclusiones de la reunión, destacando su acuerdo con una reforma de los mercados financieros para «poner orden y seguridad» y no para «sustituirlos». Lo único a que espiraba  Zapatero era a una foto entre los grandes como parte de su campaña de imagen interior. Según el público, así el discurso. Las diatribas contra el neoliberalismo y los neocon las destina en exclusiva para España. Sin embargo, más allá de la constatación de la duplicidad de este discurso, se hace preciso denunciar la mendacidad del propio mensaje  doméstico. 

Hubo un tiempo en que la socialdemocracia proponía una estrategia gradual y parlamentaria de sustitución del sistema capitalista por la “propiedad común de los medios de producción”. Su ideología marxista era, a la vez que un mesianismo laico como alternativa a la religión, un instrumento de adoctrinamiento para cambiar el orden económico. Esta propuesta estaba ya agotada a comienzos del siglo pasado si bien, todavía en los años 30, el PSOE, ensayó la vía de la guerra civil para la instauración de la “dictadura del proletariado”. Tras la segunda guerra mundial los partidos socialdemócratas en general trocaron el marxismo por el keynesianismo y hoy, ya muy lejos de defender la “socialización de los medios de producción”, se contentan con una socialización de las pérdidas del capital.

La izquierda socioliberal degenerada que representa Zapatero supone un paso todavía más radical en esa vía. No sólo no se opone ya al gran capital, sino que se  ha fundido con él. Sus intereses se amalgaman con los grandes multimedia, con los más importantes bancos, con los de grupos de inversión, con las inmobiliarias más poderosas. El tráfico de influencias entre Ferraz, la Moncloa, bancos, cajas y medios de comunicación es incesante y febril. Al igual que hace la Zarzuela, altos cargos del Gobierno y responsables del PSOE no sólo operan como brokers y conseguidores, sino que se enriquecen participando en los multimillonarios pelotazos. Esta izquierda ha creado lo que puede calificarse de establishment neosoc: un complejo económico y financiero imbricado en las instituciones públicas dominadas por el partido de “los cien años de honradez”, que proporciona al conjunto el toque de ostentación hortera propio de los nuevos ricos.

El cambio en los contenidos y la función de la ideología se hace evidente. Esa ideología guarda ya escasa relación con el marxismo. Es un brebaje provinente de otras destilerías, como la fraseología masónica del “ansia infinita de paz”, el progresismo radical yanqui y sus prolongaciones en el mayo del 68 francés, el nacionalismo étnico, etc. Su función también se ha transformado. No pretende cambiar la organización socio-económica de la nación española. Todos sus conceptos –barra libre al aborto y a la inmigración masiva, eutanasia, alianza de civilizaciones, etc.– tienen como objetivo la desarticulación confederal de esa nación, discutida y discutible y, sobre sus escombros, la legitimación de la cartera de negocios de los políticos, empresarios, periodistas, banqueros, bonzos sindicales, etc. cuyos intereses se funden con los intereses del PSOE.

El PSOE no se limita a vertebrar una elite política. Encarna hoy un segmento del poder económico. Representa y organiza a los principales “propietarios de los medios de producción”, cada vez menos productores, más ricos y más separados de los trabajadores. Un invento maravilloso. Por eso el Partido Popular se apresta a sumarse al mismo.

Todo ello refuerza la tesis del Partido Nacional Republicano según la cual la revolución democrática española, que debe conducir a la defenestración de la monarquía y de la partitocracia que la sostiene, no podrá avanzar si no transcrece en revolución social, dirigida a poder fin al reino del capital.