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¿Traición sindical? No, su comportamiento está en su naturaleza
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 El Partido Nacional Republicano no define a las organizaciones por sus orígenes históricos, ni por su composición social predominante, ni por su capacidad de convocatoria de unos sectores u otros. Los define por su programa operativo real, sus métodos de acción y organización, y por sus relaciones con otras organizaciones, nacionales o internacionales. Estos son los factores determinantes de la función que desempeñan en el conjunto de la estructura social y política y de los que se desprende su carácter.

Los dos sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT son órganos del régimen juancarlista del gran capital. Y por su participación en la Confederación de Sindicatos Europeos constituyen, además, eslabones de la cadena que nos amarra a la Unión Europea, expresión modernizada del imperialismo germano continental.

Son piezas del Estado del bienestar tardíamente instalado en nuestro país: un Estado enfocado a conseguir la “paz social” permanente, mediante protección contra el desempleo, vacaciones pagadas, sanidad y educación públicas, protección en caso de enfermedad, invalidez y vejez (pensiones), subvenciones a las grandes organizaciones sindicales y patronales, etc. Y, como contrapartida, compromiso tácito o expreso por parte de los sindicatos de que los límites del sistema político, social y económico no serán sobrepasados, encerrándose las dinámicas reivindicativas en cauces de “consenso” y negociación.

El Estado capitalista del bienestar, o Estado social, requiere una multiplicidad de órganos, vertebrados por las entidades patronales y los “sindicatos representativos”. En nuestro caso tenemos las mesas de negociación entre empresarios, sindicatos y gobierno, los comités de empresa y delegados de personal, los rituales electorales para la provisión de los mismos, los consejos económicos y sociales, etc.

Todo esto se viene abajo cuanto el Capital entra en un ciclo largo de crisis que demanda la voladura del Estado del bienestar y, en general, la evaporación de las bases materiales que sustentaban el “consenso social”. Y, con esa evaporación, el fin del cómodo modus vivendi del sindicalismo mayoritario semi-funcionarial. Esto no se debe a que tal sindicalismo se encuentre a disgusto dentro del modelo de chalaneo negociador en el que durante décadas se han educado sus miembros, tanto sus dirigentes como parte de su base. Se debe a que los gobiernos no tienen nada que ofrecer a los grandes sindicatos, para que éstos puedan presumir de “conquistas”.

Por estas razones, los grandes sindicatos aparecen como la pieza más parasitaria del aparato global del dominio capitalista. Aunque no por ello debe ser despreciada su influencia. Desde el punto de vista de las grandes transformaciones de estructuras que son necesarias, son aparatos contrarrevolucionarios. Y desde el  ángulo de las necesidades inmediatas, ni siquiera pueden ser calificados de reformistas. En la guerra social que está entablada forman parte del ejército del gran capital, y su función principal es que la población trabajadora siga constituyendo una masa desorganizada y en desbandada.

Contra toda evidencia empírica, la huelga general del 29-S fue presentada por los bonzos de los grandes sindicatos como un gran éxito. Pero lo cierto es que, desde ese momento, CCOO y UGT mostraron una temblequeante flojera ante las reformas del gobierno del PSOE, impuestas por la banca, la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Con acusada desidia, CCOO y UGT convocaron algunas manifestaciones el 18 de diciembre. Y la escasa audiencia de esas convocatorias les sirvió de coartada para abandonar incluso los simulacros de movilización.

En ese 18 de diciembre Toxo todavía proclamó que si el Gobierno mantenía sus propuestas de reforma laboral y del sistema de pensiones, habría huelga general. El gobierno no sólo las mantuvo sino que las reafirmó. Y he aquí que, como respuesta, Toxo y Méndez anunciaron poco después un giro que alejaba la idea de dar continuidad al «gran éxito del 29-S» mediante otra huelga general. Como afirmó Toxo, hay «oportunidad de acuerdo», «la situación es excepcional y merece un esfuerzo excepcional, un pacto de Estado, una gran concertación». Ahora se trataba de negociar un acuerdo de carácter global en el que se incluirían las pensiones, el desarrollo de la reforma laboral, la negociación colectiva, la energía, la formación laboral y el sursum corda.

El secretario de comunicación de CCOO Fernando Lezcano se despachaba el 11 de enero diciendo: «CCOO aboga por ensayar la posibilidad de un acuerdo global, más allá de la reforma de las pensiones, que daría  más  tranquilidad a la sociedad para afrontar la crisis y enviaría un mensaje más nítido a los mercados». El susodicho reconocía públicamente que CCOO y UGT ya no se dirigían a la gente trabajadora: hablaban para los mercados, es decir, para el capitalismo financiero y sus voceros políticos y mediáticos.

A lo largo de las negociaciones que se sucedieron, se apreció en los grandes sindicatos una ansiosa y mendicante búsqueda de retales y calderilla con tres objetivos: revalorizar la huelga general de caballeros del 29-S, «aparcar las movilizaciones» (Méndez) y cubrir con un manto de falacias la realidad de un acuerdo  básico con la política gubernamental de ajuste capitalista despiadado.

Al final hubo una “gran concertación”. La única posible, que pasó por el acatamiento sindical de todo el plan anti-crisis de los banqueros, la UE y el FMI. Una “concertación” que reservaba a CCOO y UGT la función de evitar la eventual protesta de los trabajadores, y de desmovilizarla si, a pesar de todo, se producía, a cambio de limar algunos aspectos de las reformas y de recibir las pertinentes subvenciones, como los 27 millones entregados a CCOO y UGT para “formación”, y sin obligación de “justificación” de los gastos corrientes.

En cuanto a las “mejoras” obtenidas, se redujeron a la gallina que les echó Zapatero para que la desplumasen: una matización en la reforma laboral consistente en que no se podrá recurrir al despido barato por pérdidas si son «meramente coyunturales» y un calendario de aplicación del retraso en la edad de jubilación a los 67 años. Calendario que pocos días antes Toxo consideraba disparatado.

Luego, con Zapatero, se fueron a rendir pleitesía a Merkel. Pero si han hecho todo eso, no es por ser traidores. Está en su naturaleza.