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En las elecciones catalanas: ¡no votes!
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El juancarlismo se estructura territorialmente en estado autonómico. La constitución del 78 concibe España como una colección de comunidades regionales o etno-lingüísticas a las que dota de autonomía política. Los contenidos de esas autonomías, alimentados por la incesante transferencia de competencias estatales, desbordan en muchos casos los de los estados que componen los regímenes federales. Pero, a diferencia de éstos, se distribuyen de forma asimétrica. Por su dinámica, esa estructura evoluciona hacia una confederación de Estados sobrevolada por la Corona. El entramado autonómico impone la división de los trabajadores españoles y reduce a la nada la igualdad ciudadana y la proclamada soberanía popular española.

En virtud de esta autonomía política se celebran elecciones en las respectivas comunidades con la finalidad de auto-reproducción regional de la partitocracia central del régimen, y de integración en el mismo de aquellas formaciones que buscan apoyo en las burguesías locales y que, de forma más o menos declarada, abogan en sus programas por la independencia respecto a España.

Las elecciones autonómicas son la expresión del cretinismo electoral en el ámbito regional: se propala entre la población la ilusión de cambios y alternancias merced a lo que son meros plebiscitos para aupar a pandillas de vividores al frente de tinglados erigidos en nombre de hechos diferenciales y fabulaciones históricas.

El panorama catalán presagia, según todos los sondeos de opinión, la debacle del PSC y la caída en desgracia del Tripartito. Montilla, a la desesperada, gira hacia cierto “españolismo” con la incorporación en las listas de Celestino Corbacho y jura y perjura que no reeditará una tercera entrega del Tripartit y que no multará a quienes rotulen en español. Lo que parece irremisible es el ascenso de Artur Mas quien ya se ve a sí mismo como president y alardea de ello ante alguna rubia actriz de Hollywood.

La novedad de esta convocatoria la constituye la posibilidad de que el PPC sea determinante a la hora de prestar su apoyo a los catalanistas de CiU para formar gobierno. Sería un ensayo para un futuro e hipotético escenario de colaboración entre ambas formaciones, tras las elecciones generales de 2012, por si Mariano Rajoy, como es de esperar, no alcanzara una mayoría suficiente.

En las autonómicas catalanas se dirime el mero relevo de la oligarquía que regirá el feudo separatista catalán durante los próximos cuatro años: PSC, ERC, IC, y CiU, y últimamente el PPC, son ramas de una clase política que, desde hace 35 años, persigue con saña todo lo español en Cataluña. Y que, a la vez, sangra al conjunto de España con la liquidación de sus deudas históricas y dotaciones presupuestarias a cargo de modelos de financiación autonómica confeccionados a su medida. El 28 de noviembre reñirán por determinar quién trincará las comisiones del 3% y quién apuntalará el Estatut que les otorgó Zapatero con el permiso de su majestad para empujar lo que queda de España hacia la confederación disgregadora a la que nos conduce el régimen.

Por cierto, persisten los pepitos grillos de Ciutadans que con su nueva campaña en pelota picada aspiran a dar colorido al Parlament y recoger los sufragios de descontentos votantes del PP. Ofician en Cataluña de quinta rueda del régimen como representantes del reformismo constitucionalista.

Pero no hay reforma que valga ni otra forma posible de cambio que la rebelión. Y no es precisamente participando en los circos electorales que el régimen monta en sus autonomías como se conseguirá, sino al margen de los mismos. Un primer paso es la abstención activa y deliberada. Por sí, ésta no es suficiente. Debe ser entendida como una acción más contra el régimen en un combate sostenido en el tiempo. El Partido Nacional Republicano contribuirá en todo lo que esté en sus manos por avanzar en las formas de lucha necesarias para derrocar al régimen, tarea a la que, tarde o temprano, se verán abocados nuestros compatriotas.