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La energía nuclear nos es necesaria, el capitalismo no
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 Nucleares sí, gracias

El Partido Nacional Republicano defiende un Plan Nacional del Trabajo como instrumento político esencial de la República española socialista por la que luchamos. Su finalidad no será relanzar una vorágine de consumismo irresponsable y despilfarro que sustente la producción al servicio del beneficio privado. El Plan del Trabajo englobará, obviamente, el campo de la producción para el consumo,  pero irá más allá de la misma, en torno a una política que priorice la potencia industrial y defensiva de la Nación, cimiento de su soberanía, el desarrollo de las capacidades de sus ciudadanos y la protección del medio ambiente.

En esta dirección el PNR, que atribuye una relevancia decisiva a la ciencia y a la técnica, considera a la energía nuclear una formidable hazaña de la inteligencia creadora del hombre. No podemos prescindir de la misma como “energía de base” dentro de un sistema mixto.

Los reactores nucleares no son un mal necesario, sino un bien imprescindible en el marco de una estrategia de planificación racional. Aportan una formidable potencia energética y una estabilidad de las que carecen las energías renovables. Éstas pueden jugar un papel complementario, pero no tienen capacidad para sustituir, como “energía de base”, ni al átomo ni a los combustibles fósiles a la hora de producir energía eléctrica.

Sólo la energía hidráulica –con las denostadas presas y pantanos– ha permitido tapar el fiasco relativo del resto de renovables y aún así es dependiente de las condiciones meteorológicas. La energía eólica debe vincularse a un combinado a base de gas; exige, por tanto, una doble inversión. La solar no recupera, a través de su vida útil, la energía utilizada para crearla. Más que una fuente de energía, es un mero acumulador.

La energía nuclear reduce decisivamente la dependencia de los suministros de materias primas procedentes de zonas turbulentas. Así ocurre con el petróleo y el gas. Éstos, por otra parte, se han adentrado ya, posiblemente, en una etapa histórica de agotamiento. Es cierto que el uranio tampoco es ilimitado, pero España cuenta con la segunda reserva de uranio de Europa, a lo que cabe añadir la posibilidad de su reemplazo progresivo por el torio, mineral mucho más común.

Y, en fin, las centrales térmicas de combustibles fósiles son mucho más contaminantes que las nucleares. Son responsables, entre otras cosas, de la lluvia ácida, de una importante cuota de la contaminación del aire que respiramos, de los océanos y de las costas. Las catástrofes de los vertidos de petróleo en el mar han causado mucho más daños al medio ambiente que las centrales nucleares.

 

Argumentos en contra

No subestimamos los riesgos de accidentes de graves consecuencias que acarrean las centrales nucleares. Pero en la vida no existe ni la seguridad absoluta, ni el riesgo cero. Lo que nos enseña nuestro legado cultural es que hay que afrontar los riesgos, dominarlos y controlarlos mediante la ciencia, la técnica y las transformaciones sociales. Como expondremos más adelante, todos los accidentes nucleares producidos hasta la fecha se podrían haber evitado o minimizado en contextos socio-económicos favorables a la puesta en práctica de investigaciones y mecanismos de prevención y reacción ya existentes.

Otros argumentos esgrimidos contra este tipo de generación eléctrica son el elevado coste de instalación y la eliminación de los desechos.

Ciertamente, la inversión en nuevos reactores es extraordinariamente elevada y se extiende durante largos periodos de tiempo. No la proponemos para salir de la presente crisis en el marco social y político vigente. Destacamos, sobre todo, que cuanto más rigurosas son las exigencias de seguridad de las centrales nucleares, menos rentables resultan desde la óptica privada, desde la lógica del beneficio capitalista. Esto no hace sino abonar nuestra posición, favorable al carácter público de este sector, en el marco de una planificación socialista. A lo que se suma que la activación y el mantenimiento posterior de una infraestructura de este tipo va acompañada de elevados requerimientos de fuerza de trabajo, inversión e investigación, con un potente efecto multiplicador del tejido industrial, de los servicios  y de la actividad en sus zonas de influencia.

Respecto a la basura nuclear, su importancia relativa ha ido menguando en la medida en que se ha incrementado cualitativamente, hasta un índice cercano al 90%, el grado de reutilización, avance paralelo al aumento de seguridad de los mecanismos de transporte y almacenamiento de los residuos.

 

Nucleares y capitalismo

El PNR, en uno de sus textos fundamentales advierte que el empleo de la energía nuclear «en condiciones óptimas de seguridad exige un avance técnico y un abandono de las actuales soluciones cómodas de rentabilidad inmediata del capital».

La ciencia y la técnica se insertan en  el cuadro de unas relaciones sociales determinadas, las propias del sistema capitalista, atendiendo básicamente a sus exigencias. La energía nuclear no escapa a este hecho. No es esta energía la portadora ineluctable de una catástrofe, como afirman los ecólatras. La verdadera catástrofe será la resultante de dejar en manos del Capital la gestión de las centrales nucleares.

Es altamente ilustrativa al respecto una entrevista realizada por La Vanguardia a Yuri Andréyev, que fue un alto dignatario del ministerio de energía atómica en la URSS, instalándose posteriormente en Austria.

Para empezar, Andréyev expone con gran claridad los problemas de la gestión de la energía nuclear en el marco del capitalismo de Estado ruso. «Chernóbil continúa rodeado de mentiras […] El accidente no fue responsabilidad de los operadores de la central, como se dijo, sino un claro defecto de diseño de los reactores RMBK resultado de la economía de costes. Un diseño apropiado de aquellos reactores soviéticos exigía una gran cantidad de circonio, un metal raro, así como todo un laberinto de tubos, técnicas especiales para la soldadura de circonio, acero inoxidable y enormes cantidades de hormigón. Era un dineral, así que se decidió economizar».

Andréyev continúa «Uno de los recursos del ahorro fue el de alimentar los reactores con uranio relativamente poco enriquecido, pues el enriquecimiento del uranio es un proceso complicado y costoso. Todo ello incrementó los riesgos y era contrario a las normas de seguridad, pero la supervisión nuclear en la URSS formaba parte del Ministerio de Energía Atómica. Algo parecido pasa hoy con la AIEA, pues la agencia de la ONU depende de la industria nuclear». Para Andréyev las mentiras y secretos de Chernóbil son hoy plenamente actuales en Fukushima. «Quienes diseñan centrales nucleares están pendientes de dos cosas: seguridad y coste. El problema es que la seguridad cuesta dinero. Si gastas demasiado en ella la central nuclear no es competitiva. El accidente de Three Mile Island es el ejemplo perfecto. Después del accidente se vio que mejorar la seguridad de forma convincente para evitar repeticiones de aquel accidente encarecía tanto las centrales, que perdían todo sentido. Durante treinta años en Estados Unidos no se construyó ni un solo reactor».

Andréyev denuncia asimismo la ausencia de instancias de control independientes. «Recuerdo la situación con Chernóbil. El primer informe del académico Valeri Legasov, vicedirector del Instituto Kurchatov, responsable de los diseños, al Politburó y a la AIEA: todo era mentira del más burdo carácter. La AIEA se lo creyó todo de inmediato, porque los intereses son los mismos. Lo mismo está ocurriendo ahora en Japón. Si informaran la negligencia se haría evidente […] Se trata de la ausencia de instancias de control independientes. Es un pilar del derecho romano: no se puede ser juez y parte. Es así de básico».

Según Andréyev, la crisis nuclear de Japón proviene de ceder en la exigencias de seguridad «pura y simplemente por dinero. La localización de las centrales de Japón, junto al mar es la más barata. Los generadores de emergencia no los enterraron y, claro, se inundaron en seguida... Detrás de todo esto hay corrupción. No tengo pruebas, pero no tardarán mucho en aparecer. ¿Cómo puede diseñarse una central nuclear en una zona de alto riesgo sísmico, al lado del océano, con los generadores de emergencia en superficie? Llegó la ola y todo quedó fuera de servicio. No es un error, es un delito».

¿Quién es la propietaria de Fukushima? Tepco (Tokio Electric Power Company), una empresa que genera un tercio de la electricidad de Japón y que es la principal proveedora de energía del país. Su mayor accionista es Japan Trustee Services Bank y la compañía de seguros Daiichi Life, entre otras organizaciones financieras. Hasta el momento de la reciente catástrofe, Tepco era la cuarta mayor compañía energética del mundo, después de las alemanas E.ON y RWE y Electricité de France.

El historial de esta empresa está repleto de puntos oscuros, con múltiples expedientes por incumplimiento de los protocolos de seguridad. En 2002, fue acusada de inyectar aire en el recinto de contención del reactor número 1 de Fukushima para bajar artificialmente el nivel de filtración. Este fraude salió a la luz gracias a que observadores de General Electric, diseñadores del reactor, lo pusieron en conocimiento del gobierno japonés. Ese mismo año, el gobierno nipón acusó a Tepco de falsear las inspecciones rutinarias de la central y de ocultar problemas de seguridad durante muchos años. Finalmente, Tepco tuvo que admitir que falsificó información 200 veces entre 1977 y 2002. Y ya en 2007, Tepco protagonizó otro escándalo por no informar sobre los fallos en la central de Kashiwazaki-Kariwa, dañada tras un terremoto de magnitud 6,8.

Lo asombroso es que pese a este historial la gestión de la crisis de Fukushima haya seguido en todo momento en manos de Tepco. Es ya conocida la apelación pública del primer ministro a los directivos por su secretismo: «¿qué diablos está pasando?». Coincidiendo con la crisis nuclear nipona, la Comisión Reguladora Nuclear norteamericana ha emitido a petición de Obama un informe según el cual al menos el 28% de las 104 plantas nucleares del país parecen desconocer las normas que «exigen revelar todo desperfecto de seguridad, aunque de hecho no se produzcan fallos».

 

Catástrofes por un lado, barbarie por otro

Las catástrofes que propicia la gestión capitalista de la energía nuclear alientan una reanimación del movimiento ecologista, cuyos mensajes tienen una amplia irradiación en las masas occidentales. Así lo atestigua el significativo avance de Los Verdes en las recientes elecciones regionales alemanas de Baden-Württemberg. Ese movimiento tiene dos componentes: la ecolojeta y la ecólatra.

Los ecolojetas son meros propagandistas al servicio de los lobbys financieros de las energías renovables. Los ecólatras conforman una neo-religión de adoradores de la Madre Naturaleza, simbolizada por la diosa Gaia y la Pachamama. Las filas de sus inspiradores están repletas de beatos sin fe, comunistas sin comunismo y nazis sin nazismo. Su aspiración es el regreso de la humanidad a una era preindustrial basada en el respeto del hombre hacia Gaia. Pero como se ha visto en Japón, Gaia no tiene el más mínimo respeto por el hombre. Y no “se venga” de su ciencia y tecnología “violadoras” de “lo natural”. Simplemente ignora al hombre, como ha hecho con los pájaros, ratas y hormigas exterminados por el terremoto y posterior maremoto.

Entre las diversas formas de barbarie alentadas por el capitalismo incluimos a esa oscura nebulosa ecólatra, alimentada por el pánico y portadora de supersticiones dispuestas a ocupar el sitio de la religión tradicional y de la metafísica occidental. De un panteísmo irracionalista que pretende arrasar todo genio creador en el hombre para hundirlo en el mundo pobre, oscuro y siniestro de Gaia-Pachamama. No queremos acabar viviendo en ese mundo y en su obligado retorno de brujos y chamanes. Por eso luchamos por la defensa de la racionalidad y de los métodos científicos. Por eso luchamos por abrir nuevas perspectivas socialistas.

 

La alternativa del PNR

Creemos necesaria la construcción de centrales más grandes, potentes y seguras. Los ocho reactores actuales, que abastecen el 20% de la energía, son auténticas antiguallas en comparación con los de cuarta generación.

El parón nuclear impuesto por el PSOE a principios de los ochenta del pasado siglo, ha encarecido absurdamente la electricidad, ahondando el declive industrial, y nos ha hecho completamente vulnerables a los suministradores externos. Importamos la mayor parte de la energía que consumimos. Muchos anti-nucleares españoles no escaparían a una catástrofe nuclear en caso de que se produjera en alguna de las centrales francesas próximas a los Pirineos (Francia tiene 58 reactores), a las que compramos a precio de oro grandes cantidades de electricidad. Mientras tanto, clientelismo político a raudales: se declara “sector energético estratégico” al carbón, de ínfima calidad y altamente contaminante, y sostenemos con cuantiosas subvenciones el pelotazo de amiguetes del gobierno, banqueros y altos cargos de las empresas eléctricas con los molinillos y las placas solares. Resultado: un factor más de nuestra imparable marcha hacia la colonización y la miseria.

La alternativa nacional republicana incluye la socialización de todos los sectores energéticos, sustrayéndolos al criterio del beneficio capitalista, nacional o extranjero; la articulación de sus diversas operadoras en un instituto o entidad nacional de la energía y su control por un organismo de seguridad independiente de la misma, con potente apoyatura científica y capacidad de intervención fulminante.

Por último, el PNR defiende el derecho de España a utilizar la energía nuclear en su vertiente militar como la más eficaz medida de disuasión y garantía de la defensa, soberanía e independencia nacional. Repudiamos, por tanto, el Tratado de No Proliferación Nuclear, que concede el privilegio de posesión de armamento nuclear a los cinco mismos estados con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia y China).